sábado, 16 de octubre de 2010

“SEPARADA DEL MARIDO” O LOS INFORTUNIOS DEL VODEVIL”

        
            Cierta clase de teatro que el nomenclátor por antonomasia de nuestro idioma, esto es, el Diccionario de la Real Academia Española, califica con acierto de “Comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco, que puede incluir números musicales y de variedades”, definición con la que toparemos en la entrada “vodevil” de dicho lexicón, esa clase de teatro, repito, no ha dejado de contar con la entusiasta acogida del gran público desde que en la Francia del siglo XIX se implantase la tradición de parejo género burlesco gracias a cultivadores como Desfontaines, Radet y, en particular, Scribe.

            El constante y unánime favor de que ha gozado el vodevil no es verdad que pueda ser puesta en entredicho; y el motivo de tan popular adhesión salta a la vista: el grueso del público en toda ocasión, lugar y período histórico se inclina por la risa fácil y despreocupada, por matar el tedio contemplando una representación escénica que sobre no inducirle a reflexionar acerca de graves conflictos sociales, existenciales o filosóficos, le proporciona, en virtud de un enfoque de insustancialidad chusca y picaresco humor, la posibilidad nada desestimable de evadirse durante una o dos horas de la gris monotonía de la vida ordinaria.

            El vodevil, por ser teatro de muchedumbre –para la que el pensamiento suele ser una carga- no puede menos que encomendarse a la lúdica de lo trivial, liviano y externo; superficialidad ésta ínsita a un género que se afinca en la bagatela que divierte y cautiva, en esa suerte de menudencia que un paladar estético hecho a dramaturgia de más calado humano podría acaso desdeñar, pero que en lo atinente al esparcimiento y el regocijo –legítimo desiderátum de cualquier arte- no veo por qué deba ser tenido a menos ni proscrito de los tablados del país.

              Por lo demás, va de suyo que en materia de texto como de realización escénica, la frivolidad (a la que todos nosotros en algún momento hemos sucumbido) no tiene por qué estar reñida con un planteo dramático serio, profesional y competente; o, dicho por más paladino modo: sería pecar de obcecado intelectualismo o de intransigente purismo elitista condenar el vodevil reputándolo de nadería indigna de subir al proscenio, sin parar mientes en que la recreación que procura, por pueril que se nos antoje, es necesidad humana tan admisible y razonable como otra cualquiera, género de comicidad que, si no me pago de apariencias, es susceptible, con tal de que se le imponga un tratamiento donde vayan de la mano ingenio, oficio y depurado gusto, de escenificaciones que en manera alguna tienen por qué desentenderse de los primordiales valores artísticos a que ha de responder la ficción teatral.

            Asentado lo que antecede, a nadie cogerá de nuevas que el vodevil sea, con mucho, la modalidad de teatro que el público criollo beneficia con su preferencia. ¿Podía acaso no prosperar el risueño y desenfadado entretenimiento de la astracanada vodevilesca en un medio cultural como el dominicano, signado por la precariedad y que, a pesar del modesto adelanto de tiempos recientes, sigue adoleciendo de falta de tradición y de generalizada penuria estética y conceptual?... Convengamos que, gústenos o no, hay copia de razones para que el vodevil florezca en nuestro país cual sucede, si bien se mira, en numerosas metrópolis extranjeras donde el público –bastante más educado que el nuestro y más habituado a adquirir boleta de taquilla- persiste en favorecerlo con su predilección.

            Pero una cosa es la entretenida trivialidad puesta en escena con colorido, virtuosismo y gracia y otra muy distinta ese mismo liviano esparcimiento cuando se lo perpetra ayuno de creatividad, idoneidad y destreza, como lamentablemente me ha parecido el caso de la obra SEPARADA DEL MARIDO presentada por Alta Escena en la Sala Ravelo del Teatro Nacional bajo la dirección de Bienvenido Miranda y producción de Luis Dantes-Castillo, quien, además, actúa junto al siguiente elenco:  María Cristina Camilo, José Manuel Rodríguez, Sharmín Díaz, Zeny Leiva, Jorge de los Santos y Pamela de León.         

            Muy contados fueron los momentos en que el referido espectáculo consiguió arrancarme una media sonrisa o una resignada aprobación. Y es que las caracterizaciones acartonadas y sin matices de los intérpretes, que pretendían forzar la hilaridad acudiendo a poco convincentes caricaturas, -en particular el desafortunado desempeño histriónico de la protagonista en su papel de mujer enredadora-, el movimiento escénico previsible de puro rutinario, la anodina y escasamente aprovechado iluminación y un impertinente recurso sonoro que usado por modo de ineficaz parodia apelaba –vaya usted a saber por qué- a patéticos fragmentos de la Quinta Sinfonía de Beethoven, convergieron, entre otras cuantiosas penurias, para que la aludida pieza dramática, en punto a concepto y artística expresividad, no sobrepasara el mediocre nivel propio de una velada escolar de improvisados comediantes.

            Habida cuenta de que con lo apuntado en los renglones que preceden dejo sobrada constancia de mi decepción, desistiré de llevar a cabo un análisis más prolijo de las insuficiencias que pude advertir en el montaje de SEPARADA DEL MARIDO, no porque semejante tarea se revele inabordable, sino porque cuando la obra adolece en su conjunto de tan grave y aguda anorexia espiritual –como ocurre con la que estamos comentando- tengo por cosa averiguada que es  prácticamente nulo el provecho que podrían elenco, autor, director y técnicos extraer de un nutrido listado donde destaque yo machaconamente defectos notorios y palmarias flaquezas.

            El más elemental y descabellado vodevil puede salir airoso –así me avengo a considerarlo- siempre que cuente con avisada dirección e intérpretes que den la talla. Después de todo,  hasta para escenificar una friolera que haga pasar al público un rato de intrascendente festividad, no es poco cuanto cuidado se ponga en afinar la idea, prestar minuciosa atención a los detalles de montaje y dramaturgia y, a buen seguro, abrir de par en par la puertas a la brisa fresca y vigorizante de la fantasía.

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